Me giré y descubrí tu rostro en la oscuridad velado tras una pátina de desconcierto.
"¿Qué pasa? ¿Dónde vas?", me dijiste asiéndome con firmeza del brazo.
"Lejos de ti, donde mis tacones no puedan hacerte daño, donde mis besos vuelen libres, donde mis pasiones se dulcifiquen"
"¿Quién te ha dicho que no quiero que me hagas daño? ¿Quién te ha dicho que no me lo haces ya, sea con o sin tus tacones? ¿Dónde van a estar tus besos mejor que en mi piel? Y, ¿dónde van a saber tus pasiones más dulces que a mi lado?", me dijiste pasándome con dulzura tus dedos por mi mejilla. Y con tu consabido verbo de encantador de serpientes me susurraste:
"¿Y quién te ha dicho que no comparto tus temores?"
Sus palabras me tranquilizaron. Si bajo esa coraza de egoísmo y determinación había un mínimo temor, había algún sentimiento; algún vestigio de que era sensible; en cierto modo razonable. Y humano. Sobre todo, humano. Continuó encandilándome con sus palabras de terciopelo:
"¿Qué te hace pensar que esto no me preocupa, tesoro? En cierto modo lo hace y en cierto modo no. Me inquieta que pueda írsenos todo de las manos. Me preocupa el riesgo que esto puede suponer para mí. Pero a la vez, prefiero pecar y cargar con el peso del pecado. Es más fácil cargar con lo conocido que con lo desconocido. Y prefiero arrepentirme de lo que he hecho que de lo que no, y más si es a tu lado. Si es que algún día me arrepiento, claro. Somos compañeros y adversarios: jugamos cada uno a un lado de la red, pero en la misma pista. Y jugamos bien, tesoro. ¿Quieres prescindir de esto? Porque yo no. No pienso renunciar al hecho de verte y sentirme afortunado; de tenerte ante mis ojos, y sentirme orgulloso de ti; de sentirme especial por el simple hecho de que formes parte de mí. Lo queramos o no, eres parte mía, y eso no lo va a cambiar nada".
Sus palabras resonaron tan adentro en mi interior que dudé si las había pronunciado él o era yo la que hablaba. Me sobrecogió el hecho de que siempre fuera capaz de poner las palabras adecuadas a los momentos difíciles. Tal y como yo haría. "Eres parte mía, y eso no lo va a cambiar nada", me repetí.
"Eres parte mía, y eso no lo va a cambiar nada", te repetí.
"¿Qué pasa? ¿Dónde vas?", me dijiste asiéndome con firmeza del brazo.
"Lejos de ti, donde mis tacones no puedan hacerte daño, donde mis besos vuelen libres, donde mis pasiones se dulcifiquen"
"¿Quién te ha dicho que no quiero que me hagas daño? ¿Quién te ha dicho que no me lo haces ya, sea con o sin tus tacones? ¿Dónde van a estar tus besos mejor que en mi piel? Y, ¿dónde van a saber tus pasiones más dulces que a mi lado?", me dijiste pasándome con dulzura tus dedos por mi mejilla. Y con tu consabido verbo de encantador de serpientes me susurraste:
"¿Y quién te ha dicho que no comparto tus temores?"
Sus palabras me tranquilizaron. Si bajo esa coraza de egoísmo y determinación había un mínimo temor, había algún sentimiento; algún vestigio de que era sensible; en cierto modo razonable. Y humano. Sobre todo, humano. Continuó encandilándome con sus palabras de terciopelo:
"¿Qué te hace pensar que esto no me preocupa, tesoro? En cierto modo lo hace y en cierto modo no. Me inquieta que pueda írsenos todo de las manos. Me preocupa el riesgo que esto puede suponer para mí. Pero a la vez, prefiero pecar y cargar con el peso del pecado. Es más fácil cargar con lo conocido que con lo desconocido. Y prefiero arrepentirme de lo que he hecho que de lo que no, y más si es a tu lado. Si es que algún día me arrepiento, claro. Somos compañeros y adversarios: jugamos cada uno a un lado de la red, pero en la misma pista. Y jugamos bien, tesoro. ¿Quieres prescindir de esto? Porque yo no. No pienso renunciar al hecho de verte y sentirme afortunado; de tenerte ante mis ojos, y sentirme orgulloso de ti; de sentirme especial por el simple hecho de que formes parte de mí. Lo queramos o no, eres parte mía, y eso no lo va a cambiar nada".
Sus palabras resonaron tan adentro en mi interior que dudé si las había pronunciado él o era yo la que hablaba. Me sobrecogió el hecho de que siempre fuera capaz de poner las palabras adecuadas a los momentos difíciles. Tal y como yo haría. "Eres parte mía, y eso no lo va a cambiar nada", me repetí.
"Eres parte mía, y eso no lo va a cambiar nada", te repetí.