miércoles, 9 de julio de 2008

El Caballero de las Sienes Plateadas

Dicen que el hueco que deja tras de si el desamor solo puede ser colmado con un nuevo amor.

Pero, ¿qué sucede cuando no es amor, sino deseo pasional? ¿Con qué se llena el hueco que deja tras de si el haber sido el centro del universo de alguien para el que ya no se tiene ninguna relevancia? ¿Acaso amor y pasión van indisolublemente unidos y son uno solo? ¿Acaso es un único concepto dotado con la bicefalia anómala propia del Can Cerberos, donde prepondera uno u otro a razón del que se posicione tras del otro?

Con todos estos interrogantes torturándome recurrentemente y con la esperanza de poder olvidar todo lo sucedido, insté al chauffeur para que detuviese la limoussine en aquel preciso instante. Todavía no habíamos llegado a la altura de la calle 71 cuando me apeé a toda prisa. La tarde había caído sobre la afilada silueta de Nueva York y el frío ingente se fundía con las columnas de vapor que emanaban de las alcantarillas.

Sinatra me susurraba tras la neblina característica de la gran ciudad, cuando lo vislumbré en mitad de la nada. Era Él: el Caballero de las Sienes Plateadas.