domingo, 22 de junio de 2008

Las Crisálidas del Recuerdo

Era una noche cerrada de nubes amarillentas sobre París, señal inequívoca de que en breves momentos comenzaría a llover. Abrí la ventana bañada en la penumbra para comprobar que el viento era en cierto modo cálido. Encendí un cigarrillo y se iluminó mi rostro al tiempo que el chasquido del fósforo me sacó de mi ensimismamiento.

Tras mucho tiempo, quizá demasiado, había sentido su ausencia. Pero no como una carencia, sino como un hecho que ya había asimilado. Entendí que ya estaba preparada para darme a la reflexión.

Y así lo haría.

Pero antes, cogí mi bolso, me calcé mis tacones y anudé fuerte la gabardina a mi cintura. El paraguas colgaba de mi antebrazo como Él de mi recuerdo. Y mis pensamientos se hacían incandescentes, como la llama del cigarrillo que sostenía entre mis dedos, a cada paso quebrado que resonaba en el desierto bulevar.