lunes, 21 de septiembre de 2009

El Espacio Atemporal Infinito

El tiempo pasa, y siempre lo hace con la misma cadencia y en la misma dirección. Es inútil intentar esconderse en cualquiera de los puntos cardinales cuando, por mucho que lo intente, no encuentro una explicación plausible al hecho de haber llegado a tal punto de enreversamiento tanto geográfico como físico. "Ni falta que hace", me dije.
El aire era templado, y alborotabla mi cabello al tiempo que me envolvía en una agradable sensación de libertad. Nada como conducir un descapotable sin rumbo aparente, deslizándome justo entre el cielo y el suelo por las cordilleras cercanas a la ciudad de Paris, dejando que la noche me envolviera en un intento de anonimato.
Era una noche de esas en las que se te escapan por millares las estrellas en el cielo. Me detuve en el arcén y apagué el motor y las luces, dejando que la única luz encendida fuera la de mi cigarrillo, que se intensificaba a pocos centímetros de mis labios, y contemplé la inmensidad del cielo estrellado. Era extraño. Era como si, después de tanto tiempo, el tiempo no hubiera pasado. O como si el tiempo, en su juego cíclico infinito, me hubiera transportado a un instante anterior solo por un momento.
Tras llegar a la conclusión de que nuestros acercamientos o distanciamientos no son más que parte de ese juego al que, antaño, fuimos condenados, conduje de vuelta a toda velocidad mientras Frank Sinatra me susurraba en el oído y la noche, amalgamada con sus reprochables intenciones de antaño, me perseguía a pocos metros por la espalda.