viernes, 21 de septiembre de 2007

Tras el Cristal

Salí de la ducha después de un día tremendamente agotador y me cubrí con mi albornoz. Olía a recién lavado. Me sequé con él la cara y el cabello ligeramente y lo anudé con firmeza a mi cintura. Cuando las gotas intrépidas dejaron de rodar por el interior de mis muslos, deslizándose en un viaje mortal por mis rodillas, caminé hacia el salón. Sin siquiera reparar en ello, me abrí camino entre la oscuridad de la estancia, en una suerte de sonámbulo paseo hasta la ventana. La penumbra irrumpía con descaro a través de la cortina de agua que difuminaba las formas tras el cristal semi empañado. Otra de esas noches frías de otoño parisino...

Encendí un cigarrillo dejando que un baile de luces en semitono embriagara mi mirada. De repente creí sentir tu mano asiéndome con fuerza por la cintura, como tantas otras noches, en un intento de fijar tu cuerpo contra el mío. Tus palabras obscenas resonaban cada vez más lejos de mi cordura, y tus labios rozaban ya mi indecencia.

Dí otra calada al cigarrillo, en un intento de apartar esos pensamientos incandescentes que queman mis soledades. Pero la llama anaranjada refulgiendo a unos centímetros de mis labios me hizo emular sin remedio los besos que te daría. Me llevé la mano al pecho y dejé que el albornoz se deslizara por mis hombros, acariciando mis caderas, y cayera a mis pies.

"A mis pies", me repetí, simulando una de tantas veces en que te lo ordenaba.

Para entonces, había traspasado ya el horizonte de las fantasías. Ahora, mis manos suplantaban tus caricias hundiéndose con malicia en la noche. En la noche húmeda. En la perversa noche...

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Reflexiones Encapsuladas

Hoy se han abierto las compuertas del cielo. Una lluvia intensa se ha cernido sobre el baile sonámbulo de mi quehacer cotidiano y, sin quererlo, un instante de plagio de otoño me ha traído el ansia de tus besos disecados.

Me pregunto a donde irán todos los besos no dados; los pensamientos olvidados; las ilusiones perdidas.

Quizá al mismo sitio en el que se encuentren los besos que no quisimos; los pensamientos que desechamos; las ilusiones muertas.

Hoy es uno de esos días de respiración entrecortada, de conciencia exhausta, de reflexión encapsulada. Uno de esos días en que me clavaría un tacón en la sien con tal de no seguir escuchando la chirriante turbina de tu desgastado recuerdo...

jueves, 13 de septiembre de 2007

El Hotel

Salí a la calle y, sumergido en esa pátina gris que recubre París a estas alturas del año, se encontraba él en su descapotable rojo. Me lanzó una sonrisa que percibí a través del retrovisor en cuanto me vió contoneándome hacia él. Con su habitual elegancia, salió del coche y me tomó la mano. Con la maestría propia de quien lo ha repetido miles de veces, me acercó hasta él, me agarró con firmeza la cintura y me besó en la mejilla. Abrió la puerta del coche y me depositó en el asiento, como quien deposita en la palma de su mano una pompa de jabón.


Un coche descapotable es francamente incómodo cuando llevas el pelo suelto y un fular de seda al cuello. Pero sólo por observar su gesto despreocupado cuando, detenidos en cualquier semáforo, me acaricia el cabello en un intento frustrado de poner en él el orden que no es capaz de poner en nuestras vidas, merecen la pena todos los enredos.

Nos deslizamos dentro del restaurante del Hotel Le Lavoisier y, nada más vernos entrar, el camarero se apresuró, bandeja en mano, con mi habitual copa de Chardonnay y su apéritif. Para mis adentros pensé que era mejor que se diera prisa en servirnos, o de lo contrario, me encontraría de súbito sin saber cómo ni por qué, transportada casi sin ser consciente de ello a una de las habitaciones del lujoso hotel, llevando sólo unos magníficos Christian Louboutin que él había dejado sobre la cama.

"No se si has reparado en la punta afilada que tienen", dije con malicia. "Y en el afiladísimo tacón". Hice oscilar el zapato perfectamente enfundado en mi pie a un palmo del suelo.
"Pareces una diosa", dijo, mientras bocanadas de pasión emanaban de sus ojos.
"Soy una diosa. Y ahora voy a hacer contigo lo que yo quiera..."

Me contoneé insiuante en un baile que lo encandiló y, robándole sus parpadeos e incluso la respiración, me colé de pleno en sus fantasías . Me incliné sobre el diván y, entre la ropa esparcida, encontré mi fular de seda. Rodeando mi cuello delicadamente con él, caminé hacia el borde de la cama, donde él yacía inmóvil. Lo empujé con determinación y me puse a horcajadas sobre él, mientras mi busto se reclinaba con lentitud sobre su rostro. A un centímetro de él, mientras notaba su jadeante respiración chocar contra mis pechos, me vió deslizar con suavidad el fular sobre sus muñecas, fijándolas con firmeza al cabezal de la cama. Y enloqueció.


Era mi turno en el juego. Y lo tenía bajo mi control. Jugueteé con sus aparentes temores, con su irregular respiración, con sus exalatadas pupilas y sus pasiones desbordadas. Coqueteé con el descaro y el atrevimiento. Con el peligro. Con lo prohibido y lo deseado. Y lo poseí. Poseí todos sus instantes de fantasías pasadas y todos sus instantes de recuerdos futuros. A partir de ahora, me pertenecería. Y no sólo él, sino todas las facetas de su quehacer cotidiano que tuvieran como trasfondo el recuerdo grabado a fuego de todos y cada uno de los movimientos que describimos en aquella habitación.

martes, 11 de septiembre de 2007

Sin Respiro

A veces, cuando el tiempo se me echa encima y me araña con sus manos de bruja insolente, me recuesto en la quietud de cualquier efímero instante y pienso en cualquier otra cosa que no sea ese segundero repetitivo, verdugo que nos acompaña en nuestro quehacer cotidiano. Tengo la mesa poblada de papeles y la cabeza inmersa en una lucha por la autosuperación, por el dar el máximo de mi misma a cada momento, por el acabar pronto y con éxito el puzle de palabras y razonamientos complejos que me ocupan a cada momento.

Es el inconveniente de ser muy exigente.

Así me encontraba: inmersa en la pantalla de cristal líquido tamaño acuario que tengo delante, casi hipnotizada por un baile de letras salpicándose ante mis ojos con una destreza ejemplar, cuando sonó el teléfono. A malas penas había salido de mi estado de catatónico trance, cuando una voz inconfundible me arrancó súbitamente de él:

-Hola muñeca.
-Hola! ¿Qué tal estás?
-Muy bien, ahora que por fin escucho tu voz..

Me sorprendí sonriendo ante las letras estáticas en mis pupilas.

- ¿Qué te parece si te recojo y comemos juntos? Hace mucho que no nos vemos, y no sabes lo que me apetece..
- De acuerdo. Llevo un día bastante complicado. Pero intentaré sacar tiempo de donde sea. ¿En un par de horas te parece bien?
- En un par de horas me tendrás de nuevo ante tus ojos.. y quién sabe qué más.

Tenía que darme prisa y acabar el artículo que tenía entre manos. Pero cuando quise darme cuenta, las dos horas habían volado casi tan rápido como mis alborotados pensamientos. Y en ese estado, lo que más me convenía era un respiro. Me puse en pie y fue al baño. Me retoqué el carmín, me atusé el cabello, me puse perfume y miré atónita mi reflejo, con una de esas sonrisas que te dicen: “querida, hoy estás fantástica”.

sábado, 8 de septiembre de 2007

El Tiempo contra el Destino

Hoy mis letras se deben a vosotros, mis lectores, mis compañeros. Mis presencias que pobláis los pasillos desiertos que rezuman ecos, ausencias; impregnados de recuerdos, de fantasías, de pasiones. Hoy mis letras son parte vuestra. Yo me he permitido sólo la licencia de tejer una simple red de pensamientos entre ellas, entre vuestros comentarios a mi anterior actualización. Todos y cada uno de vuestros comentarios me han hecho estremecerme. Así es que sólo puedo agradeceros vuestra compañía y dedicaros este humilde homenaje.

Por orden de cita: Venus (V), Lágrimas de Mar (LM), Patricia Gold (PG), Allen (A), El Antifaz (EA), El Antifaz (EA) (otra vez), Kroket (K), Ana R. (AR), Erótica Dominación (ED), Hugo (H), Blue (Bl), Baco (B).

A todos vosotros,
Gracias.

***

Sin amor no se puede vencer ninguna distancia por más corta que ésta sea (V). Esta afirmación es completamente cierta pero se torna en relativa cuando, en esos días en que te levantas con mente plomiza, le das más vueltas de las que deberías. Sí. Te repites. Si no hay ni una pizca de amor todo queda en nada y, si no hay nada, no merece la pena seguir (LM). Hay días en que el peso de todos los interrogantes existenciales parecen hacerme desaparecer bajo mi ya de por si pesada conciencia, pero por fortuna, soy una mujer de retos y, ante cualquier cosa que pueda presentarse como compleja, me crezco. Es algo que viene conmigo y difícilmente podré cambiar. Si acaso quisiera cambiarlo, claro.

Bien pensado, no todas las ausencias son duras. A veces hay ausencias que no necesitan distancias (PG). Y estas son, sin duda, las que sirven de acicate. Las que forman parte del juego. Otras veces sin embargo, la distancia, la ausencia, los momentos parecen complicados. Pero, en el fondo, sirven para reforzar sentimientos o despejar dudas (A).

Me pregunto qué esconden las ausencias. Seguro que, con su verbo grácil y de encantador de serpientes, Él me contestaría: “Lo que unen son las ausencias, lo que se disfruta es cuando me dejas el brazo para que no me caiga. Si te agarro no te suelto. Así nos quedamos unidos (EA)”. Ya dije que tenía esa turbadora facultad de adornar los momentos complicados con las más acertadas palabras. Y la debilidad de haberse quedado enganchado de mi Brazo de Mujer.

Pero no es amor lo que sentimos. No puede haber amor entre nosotros. Ya lo dije. No puede ser amor algo tan egoísta e interesado. Y, sin embargo, a veces lo parece. O al menos se parece a eso que precede o sucede al amor. Esa extraña sensación de novedad que precede al amor y que, en nuestro caso, no se extingue con el paso de los años. Esa extraña sensación de serenidad y confianza, sin realmente tenerla, que sucede al amor. Extraño fair play. ¿Es posible que exista un amor sin serlo? Localizadme el amor cuando no está exactamente en el corazón…(EA)

Las ausencias se combinan con presencias, y la aparente moderación con el más indómito desenfreno. Es un juego de estrategia hacia el exterior, de estrategia recíproca e incluso hacia nosotros mismos. Y en esas jugadas yo seré capaz de hacerle un jaque al rey, porque sin su ausencia mi lazo no sería visible (K) en esta partida que se prolonga ya tanto tiempo y sin enroques.

Me pregunto si jugamos nosotros o es la mano del tiempo la que juega. El tiempo contra el destino. El tiempo que llevamos jugando contra el destino que manipula lo que nos pasará. Qué partida interesante… A menudo pienso que es el tiempo el que parece jugar y recrearse en ese juego. Y nos hace jaque mate (AR).

Cuanto más tiempo pase, más recuerdos buenos tendré (ED). Y más huellas dejaré en su zigzagueante línea del tiempo. Mis zapatos y mis tacones han sido de relevante importancia en mi vida...(H) Lo último que hicieron fue llevarme hasta ti y enredarme en tu destino. Mis tacones siempre dejan tras de sí un sonido maravilloso (Bl). Y no va a resultar fácil dejar de oírlo.

Hay huellas que se pierden en la arena; pasos rodeados de tierra, piedras, pasto...; hay ecos que martillean la conciencia, que nos recuerdan de dónde venimos, a dónde vamos...(B) Pero yo seguiré caminando hacia donde me lleven mis pasos.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Mi Brazo de Mujer

Sin ser consciente de ello, esbozo una sonrisa cuando recuerdo la manera en que te conocí. Aquel gran salón, los refinados invitados, los camareros con sus impecables smokings. Las notas del piano flotaban en el aire justo en el momento en que las burbujas del champagne chispearon en tus ojos al curzarse con los míos.

"Creo que no nos han presentado", dijiste deslizándote con un galante gesto hasta mi.
"No, creo que no nos conocemos", dije, extendiéndote mi mano.
"Bonitos zapatos"
"Lo sé"

Mi sonrisa amplia apresó tu mirada justo cuando te inclinaste para besar con delicadeza mi mano. Vi tus ojos perdierse entre mis labios y sólo mi copa alzada ante tí te liberó de tu ensimismamiento.

"Santé"
"Santé..."

Nuestras copas tintinearon en el centro de la sala cuando con elegancia las hizimos chocar. Sin saberlo, nuestros destinos también tintinearon justo en aquel instante.

Estuvimos charlando sumergidos en el tumulto o resguardados en la tranquilidad de cualquier rincón. A ratos entre la gente, a ratos al margen de aquellas presencias que, escurridizas, pululaban de uno en otro salón. Nos dirigimos al piso inferior. La escalera de caracol era una estampa magnífica, pero un peligro flagrante en combinación con mis tacones y las copas de champagne que tanto habían amenizado la velada. Con un gesto espontáneo, casi inconsciente, me agarré de tu brazo y, juntos, descendimos peldaño tras peldaño con paso solemne.

Mi sonrisa se torna aún más amplia cuando recuerdo tus palabras tantas veces pronunciadas, quizá en un esfuerzo frustrado de encontrar una explicación lógica a aquello que no la tiene. "Puede que no repararas en ello pero, cuando te agarraste a mi brazo, algo se desencadenó en mi interior. Te agarraste a mi brazo, y con él a mi vida. Ha pasado mucho tiempo, pero aún no he logrado desasirme de tu brazo de mujer. Ni ganas"

Hasta hoy, las ausencias se prolongan quebradas, de vez en cuando, por una turbulenta convergencia en espacio y en tiempo. ¿Quien ha dicho que es la compañía la que une? Lo que une son las ausencias, y las presencias son simples pretextos donde se apoya nuestra delgada linea del tiempo. Necesarias para que el caprichoso destino siga jugando al ajedrez con nosotros.