domingo, 11 de marzo de 2012

El Retorno

Era una de esas noches de aire húmedo y denso, en las que las luces de los faroles se disipan en halos translúcidos. Mi mirada se filtraba por la ventanilla de aquel taxi que serpenteaba por las calles parisinas y cada esquina parecía traerme voces del pasado.

El taxi se detuvo ante aquel portal lúgubre y ensombrecido. La puerta se abrió y una mano me invitó a deslizarme al exterior del habitáculo. Tras haber depositado un billete en la anodina mano, me enfundé mis guantes de finísimo ante, ceñí a mi cintura mi gabardina y saqué un cigarrillo de la pitillera. La llama del cigarrillo me iluminó el rostro en una noche de angosta tiniebla.

Me detuve frente al portal escuchando de fondo el ronroneo del taxi disipándose a mis espaldas. Y la noche lo engulló en la anónima distancia como hiciera antaño con mi entumecida conciencia.

Me sorprendí a mí misma respirando hondo como el que se dispone a dar un salto mortal. Entré en aquel portal que olía a mundo y a tiempo, y me adentré en él sin hacer nada por impedir que mis tacones resonaran una vez más entre sus pétreas paredes. El frágil ascensor de principios del siglo pasado me transportó, con sus chirridos y sus chasquidos, hasta aquel zaguan desdibujado en mi memoria.

Empujé la puerta en la oscuridad y me adentré en sus entrañas como me adentraba en las de mi recuerdo. En la penumbra pude distinguir la silueta de los muebles que, cual fantasmas, ocultaban su rostro bajo sábanas blancas. La luz amarillenta se colaba entre la pátina que el tiempo dejó tras de si en aquélla ventana que tantas veces me vio junto a ella apostada. Emulado los pasos que tantas veces diera, me detuve frente a ella. Mi respiración agitada se condensó en el gélido cristal. Reparé en todo aquello: los adoquines mojados como perlas de charol salpicados calle abajo, el cenicero lleno de colillas aplastadas en las que aún se vislumbraban restos de carmín en el alféizar de la ventana, la noche parisina estrangulando las calles, como estrangulaba mis pensamientos...

Las conciencias se empolvan, el tiempo se extingue. Lo que ayer fue recuerdo, hoy es anhelo.

"Quién sabe si los malabares del destino harán que nos encontremos donde un día nos dejamos", susurré.

Y en el reflejo de la ventana descubrí mi ceja arqueándose en la oscuridad...