sábado, 26 de mayo de 2012

Auténtica estupefacción

Eligió un discreto rincón para sentarnos a comer en la concurrida cantina. A mí poco me importaba el estar rodeada de gente. No veía a nadie más que a Él, no escuchaba a nadie más que a Él, no quería a nadie más que a Él. Antes de que pudiera coger los cubiertos siquiera disparó:

"Bueno, por fin vamos a tener la conversación que debíamos haber tenido hace dos años", dijo con cierto aire de alivio.

Por algún motivo supuse que lo que venía después era o muy bueno, o muy malo. Y no me equivoqué.

"Te preguntarás el porqué de esta incomunicación". Se detuvo un momento, como si esperara una respuesta que ya conocía. Y obviándola, dijo: "Mi mujer, en cierto modo, nos descubrió".

Me quedé boquiabierta. Tanto que no pude ni siqueira articular palabra. Había fantaseado con diversas explicaciones a este vacío de comunicación. Unas peores que otras. Pero siempre esperaba que todo hubiera obedecido a causas voluntarias. Un nuevo principio, otra manera de jugar la partida, un espacio de tiempo valdío para volver a abandonarnos a nuestra suerte con más intensidad.. Pero esto ni siqueira lo había contemplado. Un escalofrío recorrió mi columba vertebral. Ahora tenía la certeza de que todo quedaba ajeno a mi control. Y, en el peor de los casos, quizá también al suyo.

Continuó hablando, aunque su voz se tornó lejana y opaca en pocos segundos. Hablaba de fechas, de cartas, de correos electrónicos, sin que ninguna de sus palabras lograra sacarme del estado de confusión en el que aquellas primeras palabras me habían sumergido. Mientras su voz se distorsionaba, como la de aquel que habla bajo el agua, yo comenzaba a anticiparme al desenlace de aquella conversación. Tenía que pensar de prisa. Tenía que encontrar las palabras mágicas antes de que, con su verborrea, rompiera toda posibilidad de encantamiento.

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