jueves, 27 de diciembre de 2007

Las Vidas que nos quedan por vivir.

Sus ojos de gato se fijaron en los míos mientras le daba vueltas al café con despreocupación. Sonrió y sus ojos se achinaron. Me miraba con inquietud; con ese extraño movimiento ocular que parece traspasar el espesor de mis pupilas en una suerte de lenguaje propio. Queriendo significar algo. Ocultando algo. Expresando sin sonidos lo que después verbalizaría:

- Sería absurdo que nos opusiésemos a esto, muñeca.
- Sería absurdo y una pérdida de tiempo, porque acabaríamos cayendo de cualquiera de las maneras. Ya lo hemos comprobado.
- Sí. Pero es mejor así. Además, no debemos resistirnos a este destino común que estamos trazando con nuestros propios pasos. Nuestras vidas se han cruzado. Se cruzaron hace tiempo..
- Otra vez...
- Sí. Y volverán a cruzarse tantas veces como vidas tengamos. Por eso debemos estar juntos tanto como podamos: para poder así reconocernos en vidas futuras y permitir que se entrelacen de nuevo.

Su expresión era de ternura. De cariño. Me atrevería a decir que era de esperanza. Sonrió de nuevo, achinando sus ojos de gato y creí oírlo ronronear. Siguió dándole vueltas al café despreocupadamente. Como si nada.

Como si lo que hubiera dicho no se me hubiera clavado en lo más profundo de mi alma, que no es otra sino la suya, allá donde quiera que la tenga.

viernes, 21 de diciembre de 2007

La Boutique de los Deseos

Mientras le decía al ascensorista: "Rez de Chaussée, s'il vous plaît", notaba como el corazón casi se me salía por la garganta. Hacía tiempo que no nos encontrábamos y estaba algo excitada. Salí del portal y te avisté apostado en la esquina con aire de galán. Mientras todo el mundo se movía sumido en una frenética danza pre-navideña, el tiempo pareció congelarse un segundo a tu alrededor. Tus gafas oscuras escondían esa mirada que tanto me perturba y te daban ese aire de canaya que me imanta a ti. Imaginé tus ojos tras los cristales y caminé hacia ti. Nos besamos como dos simples conocidos pero estremeciéndonos al simple contacto de nuestros cuerpos.

Era un día de crudo invierno cuando entramos en una de las boutiques de la rue Saint Honoré. El apuesto e impoluto dependiente, que se me antojó un maniquí articulado, nos hizo un gesto reverencial mientras nos abría paso hacia el cálido interior. Te deslizabas mirando prendas al azar utilizándolas como pretexto, con tu interés puesto únicamente en mi. Yo percibía tu impaciencia a la vez que luchaba por contener la mía. Una dura empresa, sin lugar a dudas.

Cogiste un par de prendas caminando con decisión. Yo te seguía sin reparar en ello cuando de repente me sorprendí en el umbral de los probadores. Con un sobresalto casi inconsciente hice el amago de detenerme, pero te giraste y me dedicaste una de esas miradas lascivas que anula mi voluntad, si acaso es una diferente de la tuya. Tu dedo índice me hizo un llamamiento e hipnotizada, te seguí. Cuando quise darme cuenta, la puerta del escueto probador se cerró tras el murmullo de mis tacones ahogado sobre la moqueta roja, y me encontré rodeada de espejos frente a ti.

Con prepotencia, me arrinconaste contra uno de los espejos. Sentí tu vello erizarse bajo tu ropa, darte un vuelco el corazón y dilatarse tus pupilas. Sin ocultar las trazas de lujuria que escapaban a borbotones por tu descarado atrevimiento, te dejaste caer sobre mis labios, apresando mis manos sobre el espejo a mis espaldas y dejando que tu cuerpo se acoplara al mío. Entreabrí mi boca para besarte con impaciencia justo en el momento en que percibí cómo tus suspiros se volvían líquidos entre mis labios.
Y moléculas de tu perfume se filtraban por mis poros bajo mi piel.

Me abandoné a esa locura como me abandoné a la de caer entre tus brazos años atrás. Sin oponer resitencia. Sin renegar de los acontecimientos. Dejándome arrastrar por los pasos que aún no hemos dado hacia ese destino común del que no creo que salgamos nunca.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Enganchado a mi

Me asalta sin apenas preverlo el recuerdo de tus últimos besos y, si me abandono al hechizo que ejerce tu osadía sobre mi, siento un vuelco en el estómago.
Tus labios ponían límites a mis palabras y, al entreabrir lo ojos, encontraba ese ritual exquisito de locuras entrelazadas. Tus susurros se clavaban con dulzura en mis labios, haciéndolos palpitar de deseo, y tu mano asía mi cuello con esa fuerza casi innecesaria que me apresa y me supedita irremediablemente a tu arbitrio, como un brazo desesperado en un intento de aferrarse por siempre a este instante reprochable y compartido.
Tus versátiles y enmascaradoras manos ardían sobre y bajo mi piel y desfilaban imparables por mi culpa desintegrada mientras yo me abandonaba al deleite de sentirme deseada hasta el punto irracional del absoluto desenfreno.
La estela que dejaron tras de si tus palabras me distrae justo en el momento en que me recreaba recordando el palcer de haberte clavado un tacón en el empeine como castigo ante tu descaro mientras clavaba aún con más vehemencia mis pupilas en tus ojos.
- Creo que me utilizas - dijiste con una mezcla de sumisión y reproche.
- Por supuesto, querido. Pero creía que eso ya había quedado lo suficientemente claro - dije esbozando una tórrida sonrisa.
Permitiendo que esa misma sonrisa aflore de nuevo en mi rostro, continúo abandonándome al onírico recuerdo de tu manifiesta adicción por mi. Porque, quieras o no admitirlo, querido, te has enganchado a mi.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Todas y cada una de las veces.

Me quedo de nuevo a solas con la banda sonora de mi soledad observando cómo mi reflejo se desfigura a cada puñal afilado que libero entre mis párpados.

Me encadenas a tus silencios. Me liberas a traición para después volver a apresarme entre tus brazos, sin permitirme escapar por las ranuras de tu presencia. Y, como un alma en pena, me quedo aguardando el próximo cautiverio, porque esa cadena de silencios es la que da sentido a mis gritos ahogados bajo la almohada de cualquier día. Y me juro y me perjuro que te haré pagar cada una de las veces.

Las veces que estuviste y las que no. Las que me amaste. Las que me abandonaste tras un beso entregado al aire. Las que me poseíste. Las que me permitiste escapar. Las que me hiciste creer que todo dependía de mi. Las que te engañé haciéndote creer que era yo quien tenía todo bajo control. Las que te dejaste engañar haciéndome creer que creías que era yo quien tenía todo bajo control.

Y te agarraré tan fuerte que dejaré rastros de avaricia sobre tu espalda. Y con bocanadas de pasión atoraré tus labios. Y enmudecerás de tal modo que la cadena de silencios trenzada de deseos aún por alcanzar a la que ahora me aferro hará que algún día te salve. Y me salves.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Almas errantes; almas infieles.

A veces tengo la sensación de que erramos desnudos, con la conciencia prostituída saliendo a penas cae la noche a arañar las esquinas de una vida que se nos desmorona.

Otras veces, pienso que tenemos lo que queremos, o lo que nos merecemos, y no ha hecho más que empezar. Y muta hacia la condensación inevitable de pensamientos, anhelos y deseos. Unos absolutamente egoístas y reprochables. Otros, pretextos que ocultan una soledad fría y despótica. Somos cómplices y coautores. Somos partes imprescindibles en este delirio que nos mantiene vivos al margen de lo correcto. Somos ángeles disfrazados de demonios jugando a serlo sin tapujos.

Erguidos sobre la cuerda floja de nuestras apariencias, necesitamos perder de vez en cuando el equilibrio para lograr mantenerlo en nuestra cotidianeidad. Es el único modo de mantener en pie ese castillo de naipes que se erige allende la línea que separa lo debido de lo deseado.

Y, aun a sabiendas del peligro que corremos, camino por delante de mis propios pasos, haciendo resonar mis armónicos tacones por el filo de las inevitables dudas. Burlando a la amenaza de cualquier vida rectilínea me apuesto desafiante en sus meandros; me adentro sin dudarlo en lo que el devenir nos depare sabedora de que la partida terminará cuando no me queden cartas nuevas con las que seguir encandilándote.

Y sólo en momentos de inusitada debilidad me quito el antifaz y contemplo mi reflejo mientras mis tribulaciones se pierden en el único interrogante sin respuesta: "cuándo, en qué momento caí en la trampa de apresarte entre mis redes".

martes, 4 de diciembre de 2007

Hacia donde se esconde el dia

Era un día de invierno de un mes de marzo cualquiera cuando subí a aquél avión aun a sabiendas de que todo cambiaría. Cada paso que daba escaleras arriba me colmaba de incertidumbre y de expectación. De la indómita inquietud que genera lo desconocido.

De lo que pasaría una vez volviera a poner el pie en tierra firme, no estaba segura. De lo que sí estaba segura es de que, a mi retorno, todo habría cambiado. Yo ya no sería la misma. Nunca más sería la misma.

Recuerdo con perfecta nitidez que dejé que mis pensamientos se suspendieran sobre el atardecer tatuado de nubes al tiempo que las sobrevolábamos. Fantaseaba con el reprochable hecho de que nuestras vidas se cruzaran definitivamente, aunque también sabía que sería un salto al vacío. Una acción cuyas consecuencias eran difíciles de controlar. Siquiera de prever. Y así, tratando de alcanzar un imposible volé de este a oeste. Del lado racional al emocional. De las luces a las sombras. Volando, sin saberlo, hacia el punto de fuga de aquel día.